Las diferencias de género inciden en la forma en que se inicia, evoluciona y se mantiene la conducta adictiva, así como en las motivaciones emocionales y sociales que la acompañan. En particular, la dependencia emocional emerge como un factor crucial en muchas mujeres con adicción, actuando tanto como un desencadenante como un mecanismo de mantenimiento de consumo. Este enfoque específico destaca la necesidad de adaptar las terapias con una perspectiva de género para lograr una recuperación efectiva y duradera.
La dependencia emocional se define como una necesidad excesiva e intensa de afecto, atención y validación por parte de otras personas. Esta característica suele estar ligada a la historia de relaciones disfuncionales, abuso o trauma emocional que muchas mujeres con adicciones han experimentado. La sensación de vacío interno y la baja autoestima llevan a intentar llenar ese hueco con sustancias o conductas compulsivas, que brindan alivio temporal pero prolongan el sufrimiento.
Este patrón de búsqueda constante de vínculo y aprobación puede complicar la recuperación, pues la adicción se entrelaza con la necesidad emocional más básica de conexión y seguridad.
Diversos aspectos sociales y biológicos contribuyen a que las mujeres sean más vulnerables frente a la dependencia emocional y la adicción.
Para muchas mujeres, la sustancia o conducta adictiva es un mecanismo de evasión o un sustituto emocional que permite soportar la angustia generada por la dependencia afectiva. El miedo al abandono puede fomentar relaciones de pareja donde el consumo se tolera o se comparte, lo que dificulta la ruptura y fomenta patrones de consumo peligrosos.
La recaída emocional –por ejemplo, retomar contacto con una expareja tóxica o idealizar vínculos pasados– es un antecedente común a la recaída en el consumo, subrayando la importancia de trabajar también las heridas relacionales en la terapia.
El abordaje clínico debe considerar ciertos elementos clave:
En España, las mujeres tienen una prevalencia mayor en el consumo de hipnosedantes como benzodiacepinas y antidepresivos, con un 16% frente al 10.3% en hombres, tendencia que se mantiene estable y requiere atención específica para su desmedicalización. Además, el consumo de sustancias comienza en edades tempranas, con indicios de un “efecto telescópico” donde el desarrollo del trastorno es más acelerado en mujeres, lo que implica la necesidad de intervenciones tempranas y sensibles al género.
Asimismo, la comorbilidad psiquiátrica, la exposición a violencia de género, y los riesgos asociados a la salud reproductiva hacen que las mujeres constituyan un colectivo vulnerable que requiere políticas y tratamientos diseñados para ellas, retornándoles su dignidad, autonomía y fuerza.
El tratamiento de adicciones en mujeres no puede ni debe abordarse sin incorporar la perspectiva de género, incluyendo la comprensión profunda de los vínculos emocionales y las heridas relacionales. Este enfoque integral no solo mejora la eficacia terapéutica, sino que contribuye a reconstruir el proyecto vital de mujeres que durante años se han sentido atrapadas en ciclos de dependencia, sufrimiento y estigma.
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