El consumo de heroína tiene un impacto significativo en el cerebro y el cuerpo de la persona. Cuando se consume, atraviesa la barrera hematoencefálica y se convierte en morfina, que se une a los receptores de opioides en el cerebro y disminuye la percepción del dolor. Estos receptores están presentes en muchas áreas del cerebro, pero son especialmente abundantes en las áreas que perciben el dolor y las recompensas.
Estos receptores también se encuentran en el tronco cerebral, que controla funciones críticas para la vida, como la presión arterial, la excitación y la respiración, lo que puede llevar a complicaciones graves.
Con el tiempo, el uso repetido de heroína cambia la estructura y la fisiología del cerebro, creando desequilibrios a largo plazo en las funciones neuronales y hormonales que son difíciles de revertir. La unión de la morfina a estos receptores provoca una liberación masiva de dopamina, un neurotransmisor que está asociado con la sensación de placer y recompensa. Esta liberación de dopamina es lo que causa la sensación de euforia que experimentan los consumidores de heroína.
Con el uso continuado, el cerebro se adapta a estos altos niveles de dopamina. Comienza a producir menos dopamina por sí mismo y a depender de la heroína para mantener estos niveles elevados. Esto lleva a la dependencia física, donde el cuerpo necesita la droga para funcionar normalmente y se produce abstinencia si el uso se reduce o se detiene.
Además, el cerebro también se adapta al constante flujo de heroína aumentando el número de receptores de opioides. Esto significa que se necesita más heroína para obtener el mismo efecto, fenómeno conocido como tolerancia.
Los efectos a corto plazo de la heroína incluyen una sensación de euforia, seguida de una etapa de somnolencia y disminución de la función mental.
Los efectos a largo plazo también pueden incluir insuficiencia renal o hepática, infracciones de la sangre y de las válvulas del corazón, abscesos cutáneos, problemas pulmonares, trastornos mentales como la depresión y la ansiedad, y la muerte por sobredosis.
La adicción a la heroína es un problema global. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, se estima que 9.2 millones de personas en el mundo consumen heroína, opio o morfina sintética. La prevalencia de uso es más alta en Europa Occidental y Central, seguida de América del Norte.
En definitiva, la heroína crea una adicción al alterar la química del cerebro, creando una dependencia física y psicológica que puede ser muy difícil de superar.
El tratamiento para la adicción a la heroína generalmente implica una combinación de medicación y terapia cognitivo-conductual. Los medicamentos como la metadona, la buprenorfina y la naltrexona pueden ayudar a reducir los antojos y los síntomas de abstinencia.
La adicción es un trastorno complejo y el camino hacia la recuperación puede ser largo y difícil. Sin embargo, con el tratamiento adecuado, que a menudo incluye una combinación de medicación y terapia, es posible recuperarse y vivir una vida libre de drogas.
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